Sus barbas canosas producen en mi interior un vaivén de sueños infantiles. Sin querer me introduzco en su mirada de avellanas y saboreo esa amargura sin fin que acaba estrellándose en su sonrisa desdentada. Arnau está feliz esta noche de otoño.
Me siento en la puerta de la bodega a mi lado una mesita improvisada hecha de cajas vacías, encima un sencillo tablón blanco. Mi café con leche apoyado encima. Al otro lado de la puerta abierta, otra improvisación casi idéntica de mesita, está ocupada por cuatro colegas y un mirón, riendo, gritando sus triunfos, de partida de dominó.
Un aroma de cervezas mezclado con la grasa de la cocina del fondo del local se pasea aprovechado el viento casi frio de este otoño primerizo.
Casi sin darme cuenta empieza la función. Tengo asiento en primera fila Arnau pone a todo volumen su borrachera junto al altavoz que tiene enchufado a su móvil.
El rock and roll ensordece cualquier otro sonido y al momento el gran bailarín que lleva cosido al alma empieza a moverse con la pasión de una noche de estreno. Creo que solo yo lo miro. Sus zapatillas deportivas viejas y sucias se sienten felices danzando sin parar, se me aparecen mágicas. Hasta sus pantalones ajados vuelan esta noche y su camiseta adornada de quemazos de cigarros es feliz. Toda la acera es el escenario, también el firmamento oscuro viene a la fiesta y dos ángeles le pasan alegría que esnifar.
El hombre sigue su coreografía exacta, pie izquierdo detrás, el derecho delante luego al revés, ahora un meneo de caderas, luego media vuelta y empieza a tararear con entusiasmo...Zapatos de gamuza azul ¡
A unos cinco metros apoyada en el frio banco de piedra está su cas ambulante, un carrito de la compra sucio y destartalado, presume su barrigota llena de comida de gatos, ropa vieja y bocadillos envueltos en papel de plata, que alguien desganado, abandono en las papeleras del barrio. Junto al carrito su mochila oscura, preside una hilera de bolsas llenas a reventar vaya usted a saber de qué….
Arnau le grita a los duendes circunloquios sin sentido para los humanos corrientes y baila y baila recorriendo toda la explanada.
Luego cuando caiga la madrugada y el silencio cubra todo el barrio, el cómo un caracol se arrastrará despacito hasta la sala de espera de las urgencias de traumatología. Allí estirado en bancos de madera gastada, intentara dormir algunas horas, siempre y cuando no hayan muchos visitantes, y el guarda de seguridad tenga buen dia, claro¡
Las niñas sentadas en las sillitas de madera no nos atrevíamos a decir ni mu. Un señor alto disfrazado con un vestido blanco hasta los pies, se movía de acá para allá en aquel semicírculo improvisado.
Manolita miraba tras las rejas las magnolias que colgaban descaradas. del árbol de hojas brillantes.
Existió un reino perdido entre las telarañas del tiempo, donde los habitantes vivían aterrorizados, por un rey déspota, que estaba obsesionado por el control de todas sus gentes.
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