Bibiana iba componiendo minuciosa y concienzudamente su mortaja, el sol penetraba su habitación alquilada, sin pedir permiso a las persianas medio cerradas desde la noche. Con paciencia y parsimonia Bibi destapó la polvera y mirándose al espejo que colgaba en la pared de enfrente de su camastro, fue maquillando su rostro con la ayuda de una brocha, luego de una cajita cuadrada sacó unas arañas negras de patas largas y se las colocó con precisión encima de sus dos párpados. Sus pupilas avellana chispearon alegres, después le tocó el turno a la barra de carmín que se estiro contenta frente a sus labios carnosos, una dos y tres pasadas, luego beso apasionadamente un pañuelo de papel, dejando marcada su boca llena de deseos.
Volvió a mirarse en su aliado de vidrio que le devolvió una imagen agradecida, esta vez de toda su silueta. Pensó que esa camiseta arrapada había sido una buena compra, pues sintió que le realzaban sus pechos pequeños y también el relleno que se había puesto dentro de los sujetadores morados. Muy coqueta se puso de lado y giro su cuello para verse el trasero, los tejanos apretados le parecieron perfectos y sus largas piernas una maravilla.
Se acercó con prisas hasta la mesita de noche para alcanzar la botella de perfume que dejo caer sin mesura por su escote. Cuando alcanzo su bolso de entre las sabanas revueltas una corte de mariposas revoloteaban ya por su estómago vacío. Salió correteando por el pasillo, ya en la entrada se colocó los taconazos rojos para después salir galopando escaleras abajo hasta la calle.
Fue justo al pisar la acera cuando aquel hechizo se le fue deshaciendo en su pecho como un azucarillo, ahora los espejos estaban en las miradas de los viandantes, ellos no perdonaban. Bibiana acelero sus taconeos al ritmo del tambor de sus latidos, no podía ser se decía una y otra vez ¡todos me siguen viendo como un pervertido, ya no puedo más se repetía Soy Bibiana¡ , Soy Bibiana¡ y estos hipócritas no tienen luego reparo en pagarme cinco mil por una penetración en su trasero gordo y estúpido¡
La furia se fue enroscando en su cintura al girar las esquinas hasta la parada del bus.
No pasaron muchas mañanas hasta que aquel mendigo ebrio al tirar la botella vacía de vino divisó aquella figura humana colgada por el cuello de la rama del árbol donde a veces se sentaba a llorar sus penas.
Las niñas sentadas en las sillitas de madera no nos atrevíamos a decir ni mu. Un señor alto disfrazado con un vestido blanco hasta los pies, se movía de acá para allá en aquel semicírculo improvisado.
Manolita miraba tras las rejas las magnolias que colgaban descaradas. del árbol de hojas brillantes.
Existió un reino perdido entre las telarañas del tiempo, donde los habitantes vivían aterrorizados, por un rey déspota, que estaba obsesionado por el control de todas sus gentes.
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