Blog 14/08/2024

Caracoles

Caracoles

Mis dedos infantiles jugueteaban entre los alambres de la jaula de caracoles de la pollería situada en mitad de la calle Joaquín Costa, a veces incluso, conseguía acariciar con mi dedo índice, el vientre viscoso de alguno despistado, hasta que la voz de la tía Juana conseguía sacarme de mi ensimismamiento:

—Marisín ¡saca de ahí las manos¡no seas cochina! – Su cara regordeta y sus bellos ojos azules, escondían la sonrisa mientras su cuerpo bajito, también sobrado de peso, tomaban una actitud de ordeno y mando – no ves que te ensucias toda.

Mi primo Pepín, flacucho y bonachón, participando de la escena me arropaba.

—Es que no le gustan los caracoles, no le hagas caso.

Yo estaba pasando una temporada larga el piso de la calle Riereta, pues mi madre me dejaba aparcada de tanto en tanto en casa de sus tías, en esta es en la que más feliz estaba, pues su hijo menor tan solo cuatro años mayor que yo era mi pariente preferido.

—Marisín ten cuidado que vas a pisar a la tartaruga.

El reptil se paseaba lentamente por toda la casa con su caparazón roto  pegado con esparadrapo. También tenía hámsteres y una perrita.

Aquel micromundo animaba mi imaginación. Una tarde de no sé qué día, decidimos Hacer un viaje en submarino y como mi primo se había leído todas las novelas de Julio Verne, sin más me dijo.

—Ven, vamos a meternos en el váter y haremos el viaje.

Nos pasamos toda la tarde dentro de aquel pequeño cuartucho que estaba fuera en el balcón, por no tener no tenía ni ventana, apenas un agujero en la pared tapado con un plástico transparente y grueso desde el que pudimos contemplar toda la fauna marina.

—Mira Marisín el pez espada —con su dedo me señalaba al animal que amenazante nos miraba desde el exterior – fíjate mira ¡el pulpo, ¡cuidado que viene un tiburón, oh que dientes más afilados...

Encogida encima del inodoro, apenas pude levantar un ojo, cuando soltó — ¡una ballena gigante viene hacia nosotros!— sus ojos abiertos me miraban fijamente aproximándome el peligro — naveguemos más rápido, vamos.

De pronto todo se desvaneció ante mí cuando un grito sonó en aquella nave

—¿Qué hacéis aquí metidos los dos solos, en el váter toda la tarde, eh? – Su mirada acusadora escondía pecados misteriosos, que nosotros no conocíamos.

Un grillo cantó en mi estómago que olvidé rápidamente y acto seguido le dije:

—No tía que no es el váter, es un submarino¡estamos haciendo las mil leguas de viaje submarino!

Marisa Muñiz
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