Caminaba ligero por las grandes aceras del barrio del Poble Nou, llegaba justo para unirme al grupo de teatro; hoy tocaba estreno y una niña inquieta me recorría por las venas hasta el estómago, un nudo en mi pecho no me dejaba respirar… Dentro de poco se encenderían las luces y los siglos se moverían hasta la Grecia antigua donde un comediante creó su obra sin fin ni principio.
Mis cabellos rizados peleaban con el viento de la tarde y aunque llevaba yendo y viniendo del ateneo para los ensayos, a punto estuve de perderme por las esquinas con olor a mar. Fue al doblar de una de estas cuando sin previo aviso te cruzaste en mi camino. Tú paseabas tu figura tranquilo, sin prisas. Tus inmensos ojos verdes se posaron un segundo en los míos, el tiempo derrapó en la acera y todo se quedó inmóvil, el coche enfrente del semáforo, mis pies, el aire se espesó, mi lengua quedo pegada al paladar y mi cerebro como un folio en blanco no dijo nada.
Después de un segundo el mundo volvió a sus quehaceres, vi como seguiste tu camino como si no me hubieras reconocido, o simplemente yo no fuera nada para ti. Aquel hombre elegante de tejanos y cazadora informal siguió su camino, Yo seguí con el mío, mis ojos volaron hacia las ramas verdes de los plataneros de la plaza de enfrente, luego hice un atado con los suspiros que me brotaron del pecho y los guarde en aquella caja de dolores viejos que no valía la pena abrir nunca.
A los diez minutos ya entraba por la puerta del centro cívico, en un rato ya no era yo, con los mofletes colorados de payasa y aquel trapo rojo a modo de vestido me agaché entre bastidores a ponerme las sandalias de época clásica, miré entre las cortinas gruesas de color verdosas que llenas de polvo esperaban mi salida a escena…
En una micra de segundo la imagen de aquel hombre volvió a mi mente, una voz impertinente la trajo, Mira te has encontrado con tu padre y como si fuerais dos extraños ni te saludó, de un manotazo aparte pensamiento y cortina y, con una risa loca y coqueta, inundé a carcajadas el escenario del teatro de la vida.
Las niñas sentadas en las sillitas de madera no nos atrevíamos a decir ni mu. Un señor alto disfrazado con un vestido blanco hasta los pies, se movía de acá para allá en aquel semicírculo improvisado.
Manolita miraba tras las rejas las magnolias que colgaban descaradas. del árbol de hojas brillantes.
Existió un reino perdido entre las telarañas del tiempo, donde los habitantes vivían aterrorizados, por un rey déspota, que estaba obsesionado por el control de todas sus gentes.
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