Gloria subió los peldaños viejos cargada con su bolso de viaje, con el ímpetu que le daban sus apenas veinticinco años, los cinco pisos de aquel antiguo edificio, de la calle de la luna, parecían acabarse, cuando por fin una especie de tejado compuesto de vigas y cristaleras sucias le anunció la llegada.
La muchacha buscó la única puerta de aquel lugar y con espíritu aventurero, tocó por dos veces, el timbre chillón, hasta que al ratito la puerta se abrió.
Una mujer anciana de cabellos grises, no muy alta, la saludo.
—Hola, ¿tú eres la chica que me manda el padre Rogelio? —mientras le hablaba sus ojos castaño claro la recorrieron de arriba abajo.
—Si señora Paca, soy yo —Gloria la miró dulcemente, mientras esta se apartaba para dejarla pasar.
La joven inspeccionó curiosa el salón comedor graciosamente decorado, con tapetes de ganchillo de suaves colores, a juego con cojines del mismo estilo, cuando la anciana la interrumpió.
—Ven que te acompaño a tu cuarto —Paca caminando lentamente se acercó hasta una cortina, justo a dos metros de la mesa del comedor, la retiró y una linda camita, junto a una mesilla de noche, aparecieron de pronto— te he preparado esta colcha para que no tengas frío y te he puesto una manta, la almohada es muy cómoda también
La chica dejó su bolsa al lado de la cama y no pudo más que emocionarse al divisar en la mesita, un puñado de caramelos, de fruta blanda, colocados a modo de bienvenida.
Luego se sentaron alrededor de la mesa camilla, donde Paca se pasaba las horas muertas, pues ya hacía meses que sus piernas, no le permitían ni subir, ni bajar escaleras.
—Ya ves hija, yo me paso aquí la vida y los días sola, ya verás, estaremos muy bien juntas
—Seguro que sí, que estaremos bien las dos.
—Yo agradecida, aquí solo viene a verme el cura, otro de la Iglesia protestante y los jueves unas testigas, de Jehová, a veces me cansan, no creas, pero que le voy a hacer, sobre todo las de Jehová, aunque vienen a verme y eso, mira que voy a hacerle.
Gloria sintió un río de ternura recorriendo sus venas, que inundó su corazón herido de mal de amores, se apartó su larga melena rizada y con un impulso se levantó y rodeó con sus brazos a su compañera de piso.
Después de un café con leche y galletas se fueron a dormir.
No eran ni las nueve de la mañana cuando el timbre no ceso de incordiar, Gloria se levantó deprisa, cuando Paca aun con su bata rosa de dormir y las zapatillas puestas y dijo:
—Es jueves son las de Jehová —acompaño sus palabras con una mueca de desagrado.
—Qué pesadas, ¿no? —contestó la chica. Y añadió—si quiere las echo para siempre.
—No sé yo si estará bien eso…—farfulló Paca por lo bajini, como una niña antes de hacer una travesura.
Pero antes de que reaccionara, Gloria abrió la puerta, entraron dos mujeres de unos cincuenta años, muy bien vestidas, con faldas de tubo hasta la rodilla y americana, a la chica le parecieron que iban de uniforme.
—Buenos días, venimos a visitar a la señora Paca – dijo la más delgada.
—Sí, pero hoy no podrá recibirlas porque en este momento estamos rezando el rosario —La chica se lo restregó casi rozando sus narices como si les quisiera hacer un exorcismo; el pequeño crucifijo plateado, se balanceaba en el aire del triste rellano, lo que produjo un pequeño salto al unísono de aquellas mujeres
—Vale, pues, si eso, mejor nos vamos, —la más bajita se agarró fuertemente al brazo de su amiga y girando sus rizos negros, hacia el pecho de esta le iba diciendo.
—Luci ¡ay, ay!, ¡que un rosario es obra del demonio! —la tal Luci parecía aguantar la compostura, aunque sus azules ojos camuflados tras sus gafas de pasta, se chivaban del susto, negándose a mirar al frente, aun así con voz entrecortada dijo:
—Si eso ya volvemos otro día... — luego con un impulso evangelizador alzo su cuello de cisne por encima de las circunstancias y apuntando con su nariz afilada, hacia el recibidor grito – señora Paca ya quedaremos otro jueves.
La muchacha entonces dio un paso al frente rosario en mano.
—Como quieran, pero no hace falta, ahora vive conmigo y lo rezamos a diario.
Las dos mujeres despavoridas soltaron un —¡Oh! —a la vez que dieron dos pasos hacia atrás, para luego girarse chocando entre ellas, hasta dar con los escalones, que bajaron despavoridas y a trompicones, sin mirar atrás.
—Ves Paca que fácil ha sido. Ya no te darán más la tabarra.
Las niñas sentadas en las sillitas de madera no nos atrevíamos a decir ni mu. Un señor alto disfrazado con un vestido blanco hasta los pies, se movía de acá para allá en aquel semicírculo improvisado.
Manolita miraba tras las rejas las magnolias que colgaban descaradas. del árbol de hojas brillantes.
Existió un reino perdido entre las telarañas del tiempo, donde los habitantes vivían aterrorizados, por un rey déspota, que estaba obsesionado por el control de todas sus gentes.
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