Las niñas nos apretujábamos en las sillitas de madera bajitas, el aire paseaba por nuestras naricillas inquietas una mezcla de aromas de lapiceros mezclados de pipi furtivo y suave ya pasado por lejía. Un griterío excitado lleno de promesas y susto me hacia coquillas en mi estómago aun vacío, cuando aquella mujer alta morena de semblante alargado y cuerpo flaco, entro cual si fuera la emperatriz de aquella habitación.
--Silencio¡¡ -- su voz se acompasó de tres palmadas de sus manos finas mientras su mirada de carboncillo luchaba por sobresalir del tic de sus párpados –si oigo aunque sea una mosca, hoy no hay cuento.
Como si de una ceremonia se tratase doña Martirio se deslizo con paso lento hasta el fondo del aula, donde una mesa de señorita la esperaba, se sentó y agarro el cuento de encima de su mesa. Lo abrió y el silencio de repente me corto la respiración.
--Hoy toca leer Caperucita..
No pude resistir una risita nerviosa de tres añitos recién cumplidos, por fin podría acabar la historia interrumpida hacia unos días.
Yo escuchaba tan atenta que me fui al bosque y me puse la capucha roja, iba i venia y ya no ocupaba aquel espacio toxico. Volví de las musarañas y el cuento seguía su curso. Ahora al Señorita tenía ya una marioneta en cada mano, haciéndolas hablar simultáneamente.
Mi almita se puso a contemplar la imagen de aquel lobo, y de la niña alegre cuando esta le dijo al lobo uy¡ que dientes más largos tienes…
Ahora la emoción me hacía vibrar tanto que ni suspiraba, fue entonces cuando un llanto estridente en mi oreja derecha me sacó del hechizo, mi compañerita muerta del susto, entre babas gritaba..
--no, no¡ no quiero al lobo, Tengo miedo¡
Enseguida Doña Martirio puso las marionetas en la mesa y sentenció.
Se acabó el cuento. Una furia me hizo levantar de mi sillita, agarre a la nena y le pegue con todas mis fuerzas.
Las niñas sentadas en las sillitas de madera no nos atrevíamos a decir ni mu. Un señor alto disfrazado con un vestido blanco hasta los pies, se movía de acá para allá en aquel semicírculo improvisado.
Manolita miraba tras las rejas las magnolias que colgaban descaradas. del árbol de hojas brillantes.
Existió un reino perdido entre las telarañas del tiempo, donde los habitantes vivían aterrorizados, por un rey déspota, que estaba obsesionado por el control de todas sus gentes.
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