El chucho movía su colita de cachorro. Enseguida un plato lleno de bolas oscuras, lo atrajo y ansioso engulló todo en un plis, plas. Por un segundo, la miel de su mirada atrapó la de aquel muchacho, que no dejaba de observarle.
Después del banquete, las manchas canela de su lomo, volaron en una danza por toda la estancia, para aterrizar después, en el suelo frío. Luego inició unas cabriolas, que lo dejaron estirado boca arriba, mostrando su panza satisfecha.
Carmelo, retiro el cuenco de plástico, lo dejo encima de la mesa metálica, apresurado, se quitó su bata blanca y se dispuso a salir.
Una mujer de gafas le interrumpió el paso en la puerta
—¿Qué tal, cómo fue?
—¿Probaste la nueva fórmula?
—Sí, sí —ahora se acortó la reacción.
—¡Perfecto! —respondió y enseguida dio la orden— Eutanasia al número 7. Prepáralo para la autopsia.
Sarita Milagro
―Son las siete, temperatura ambiente veintitrés grados, humedad en el aire treinta y ocho por ciento, contaminación ambiental baja. Agenda para hoy, a las nueva cita en la Agencia de inteligencia estatal—y agregó, como cada mañana—Vivaldi, las cuatro estaciones...
Las niñas sentadas en las sillitas de madera no nos atrevíamos a decir ni mu. Un señor alto disfrazado con un vestido blanco hasta los pies, se movía de acá para allá en aquel semicírculo improvisado.
Manolita miraba tras las rejas las magnolias que colgaban descaradas. del árbol de hojas brillantes.
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