Blog 13/08/2024

Señoritas d'Avinyó

Señoritas d'Avinyó

Una voz entre dulce y seca concluyo.

—Quédese con el cambio.

 Con una sonrisa chivata de pensamientos obscenos, el taxista contestó:

—Gracias— al tiempo que un suspiro envidioso aterrizaba en un poco entusiasta 

—Que pase usted buena noche.

La madrugada de agosto me agarraba por la cintura y aquel tipo de ojos chispeantes nos seguía al son del tintineo de mis tacones. Nos adentramos por la calle del Call sin apenas mirarnos, su cuerpo delgado se agitaba cada vez más, con las sombras que salían a divertirse por las esquinas.

—¿Falta mucho?— comento inquieto apurando un cigarrillo.

—No tío tranqui, el moblé está aquí cerca, son quinientas pesetas, por la habitación, que pagas tú.

Giramos hacia Avinyó y un portalón medio escondido gritaba su excitación a todos los puntos cardinales, dos muchachas que salían contentas con su ganancia en el bolso iban dejando un rastro de humo de hachís que apuraba el fantasma de uno, que hacía treinta años cayó muerto allí mismo y ya no quiso irse a ningún paraíso.

Subí aprisa aquellos escalones viejos y sabios que nadie se molestaba en leer.

Ya en el mostrador, un anciano de nariz afilada, sin dejar de inclinar sus gafas, encima de una libreta llena de números, nos alargó su mano huesuda. Puse la cantidad acordada encima de la madera, rápidamente aquellos dedos recogieron el billete, por la boina de Jacinto Verdaguer.

Un rojo intenso que emanaban las lamparitas del cuarto competía con las rosas del papel pintado que se abrían descaradas frente a nosotros. Una orgía de perfumes de distinta ralea, penetraba mis fosas nasales junto al sudoroso aire en la estancia sin ventanas. Aparté la cortina de terciopelo, que parecía haber pertenecido, a la capa de Dionisio.  Un lavamanos improvisado junto a un bidet cansado de ver tantos traseros, nos invitaban a seguir aquel ritual obligado antes y después de los desmanes adúlteros, como si el jabón Heno de Pravia pudiese borrar los pecados y las penas.

Miré aquel hombre de unos treinta y pocos años, sus cabellos dorados retozaban en la almohada, sus labios finos dibujaron media sonrisa ansiosa, sus piernas largas medio enrollados en unas sábanas blancas, me gritaban ¡anda que solo faltas tú! Yo de pie y orgullosa empecé a bajarme los tirantes de mi vestido rosa, este cayó encima de las baldosas ya muy empachadas de chistes verdes. Deprisa me quité las braguitas y el sujetador, mis deseados pechos dejaron mudo al techo y aquel joven que a mis diecisiete años me parecía viejo, soltó un suspiro que se la puso dura a los duendes escondidos por los rincones.

Él se enroscaba en mi silueta como una boa, su lengua perseguía mis labios, cuando mis neuronas despistadas, volvieron de otro planeta a toda velocidad para gritarle:

—¡Besos no!

—¡Vale, vale! 

Al cabo de diez minutos los dos, panza arriba, fumábamos un cigarrillo, cuando aquel desconocido rompió las reglas.

—No entiendo como alguien como tú está aquí, haciendo esto. No sé, tienes algo especial, eres diferente a otras, tú me gustas mucho. Mira, yo tengo mi casa y mis negocios en Andorra. Vente conmigo y no te faltará de nada.

—¿Yo contigo? Estás flipando, tío. De que vas ¡Tú no me conoces de nada! 

—Yo te alquilo un apartamento… estarás bien.

Las carcajadas que salieron de mi pecho despertaron a dos ángeles vestidos de arcoíris, que se desparramaron riendo en el sillón verde botella de enfrente de la cama.  Enseguida recogieron el último poema de amor de mi cesto de mimbre, que andaba olvidado en el suelo y corrieron a susurrárselo al oído, al chico asustado de mi barrio, que se alejaba de mí en cada latido.

Nos vestimos y salimos al callejón, el hombre sin nombre me sonrió para desaparecer en la noche, yo cogí la brizna melancólica que escapó de su pupila fría y la guarde junto al dinero bien ganado.

 En pocas zancadas eufóricas ya estaba cruzando las ramblas, cuando una voz sin alma me frenó en seco, gire mi melena larga y rizada hacia atrás y la vi, ahí estaba, era la muerte gritándome.

—¡Marisa! ¿Para qué me llamas, si no te vienes?!

Marisa Muñiz
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